Letras Violeta Soledad Jarquín Edgar - TIJUANA NOTICIAS

martes, 27 de octubre de 2009

Letras Violeta Soledad Jarquín Edgar


¡Así se hizo!

por Soledad Jarquín Edgar
¡El que sigue! grita el hombre que recarga su pesada humanidad de más de 120 kilos sobre un desvencijado mostrador. Una mano delgada, morena y llena de callosidades se extiende temerosa, entre sus dedos va un billete de cien pesos del Bicentenario.
El regordete de ojos claros, toma el billete, lo observa y luego pregunta ¿es todo?
Su interlocutor asienta con la cabeza y le explica que no hubo más, que el año fue terrible, que la cosecha no se dio y que cada vez tiene menos tierra y menos agua para sembrar.
¡Yo lo que creo, es que te tragaste la cosecha! De verdad patrón que no. Contesta temeroso el hombre de tez morena.
Quítate, dice en tono brusco y vuelve a lo de siempre. ¡El que sigue!
La fila de personas se extiende por varias cuadras, uno a uno las personas se forman sin decir nada para dejar su abono al regordete que, entre cobranza y cobranza, toma grandes tragos de su helado refresco de coca cola light de litro y medio y le da mordidas a sus tortas de chorizo oaxaqueño, cuya grasa hace transparente las servilletas.
Es la vieja hacienda La Nación. Don Tino cobra cada mañana sin tregua alguna las rentas por el uso del suelo y la producción a la gente que ocupa las tierras. “Alguien tiene que mantener al patrón”, le explica a un reportero de Notifax que está ahí, junto a él para entrevistarlo.
El reportero se limpia una y otra vez la cara, las gotas de sudor salen de sus poros a borbotones. Luego inquiere. Esta hacienda es enorme y tiene muchas riquezas, ahora explíqueme don Tino la razón de la pobreza de esta gente, le dice mientras con su dedo índice le señala a los que hacen una larga fila.
Sin perder de vista su trabajo y entre gritos y regaños, el sudoroso Tino responde: “-Lo que nosotros pensamos es que estos trabajadores se han enriquecido con las tierras de Don Felipe, el mero patrón. Aquí no hay pobreza, lo que hay es pereza, a esta gente la verdad es que no les gusta trabajar. Mire cuánto nos roban, apenas pagan sus rentas y pues así no se puede. También creemos que son desordenados”. Si mi patrón no se pone listo le va pasar lo que en su hacienda La Luz, ahí los trabajadores estaban perdiendo y sin ganancias un negocio deja de ser negocio, por eso lo cerramos y echamos a la calle a unos 40 mil.
Así lo explica el regordete de ojos claros que mira con detenimiento cada uno de los billetes que los trabajadores de La Nación le entregan. Al verse descubierto dice: “es que hay muchos billetes falsos en estos días”. Luego vuelve su mirada hacia la fila y exclama: ¡No se distraigan, más rápido!
Don Tino enciende un enorme puro. “No le digo, por más que uno trae escuelas, pone bibliotecas, introduce la red, esta gente no se pone lista. Bueno, hasta estamos transmitiendo un programa infantil junto con la maestra de la escuela para repasar lo que aprendieron en la primaria, pero ni así, no se educan no entienden nada”.
El reportero se vuelve a limpiar el sudor de la frente, está incómodo, lo que dice don Tino no le convence. Luego suelta la pregunta.
La Nación ha sido denunciada porque dicen que hay una permanente violación a los derechos humanos de las personas. La primera respuesta que recibe es una mirada y la bocanada de humo sobre su rostro. ¡A ver, dígame quién dice eso! Sin dar tiempo a ninguna respuesta se dirige a la gente que está formada y pregunta con voz retadora ¿A alguno de ustedes les han violado sus derechos humanos? El silencio es perfecto. “Ya ve, a nadie. Lo que pasa es que hay gente inconforme, revoltosos, líderes que se quieren enriquecer, quieren seguir la vieja escuela y eso ya pasó aquí en La Nación. Con decirle que los viejos patrones fueron quienes le aconsejaron a don Felipe.
Bien, si usted lo dice, responde casi entre dientes el reportero que en ese momento olía un hedor. ¿Qué huele? Se atreve a preguntar.
No se preocupe joven, lo que pasa es que atrás están los puercos, son los chiqueros de La Nación. ¿Y son muchos cochinitos? No ni tantos, son como 500. Pero los separamos por colores. Los más gordos y más redituables los ponemos en corrales azules, verdes y rojos, los otros los amontonamos en jaulas más pequeñas. Algunos son más finos que otros y unos se engordan más rápido, a esos los vendemos más pronto.
En realidad, añade el regordete don Tino, esos puercos son los que hacen fuerte a La Nación, de ellos sacamos el mayor provecho, no sabe usted para todo lo que sirven esos puerquitos, insiste.
¿Cómo pueden ser tan importantes sus puercos? Pregunta el reportero que a esas alturas tiene el estómago revuelto.
Sí, es verdad. Con ellos decidimos todo. A ellos, nuestros queridos puerquitos, les preguntamos si aumentamos las rentas, cuando los puercos gruñen dos veces, entonces así se hace. Y así se hizo.
Al día siguiente, Notifax dio la nota: El cochinero eleva los impuestos.

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