Las reformas políticas y los intereses populares Aquiles Córdova Morán - TIJUANA NOTICIAS

jueves, 24 de diciembre de 2009

Las reformas políticas y los intereses populares Aquiles Córdova Morán

Por Aquiles Córdova Morán
PUEBLA PUE.-Una vez más las aguas de la política nacional se agitan y revuelven con la reforma política propuesta por el Presidente de la República. Y una vez más los representantes más conspicuos de la clase en el poder acaparan los medios informativos con sus declaraciones sobre dicha propuesta, con cara de fiesta o de disgusto según sea el caso, pero todos coincidiendo en que es algo de la mayor trascendencia para el presente y el futuro del país. Para dimensionar de manera seria y objetiva la real importancia del asunto, hay que recordar que la política, como el derecho, la filosofía, la moral, las ideas religiosas, etc., forman siempre parte de la superestructura de la sociedad, la cual nace y evoluciona siempre a tono con el movimiento de la estructura, es decir, del modo en que la sociedad produce los llamados “satisfactores”, o sea, todo lo indispensable (y hasta lo simplemente necesario o conveniente), para preservar la vida humana y, con ella, la de la propia sociedad. Usando una expresión corriente en matemáticas elementales, diríamos que la política (y, en consecuencia, sus cambios, reformas y modificaciones), junto con las demás formas de la conciencia social, son siempre la variable dependiente, esto es, sujeta a y determinada por lo que ocurre y reclama la variable independiente que es la estructura.

Suele decirse, y en cierto modo es verdad, que son las grandes ideas políticas y los hombres de Estado que las producen y/o las ejecutan, los verdaderos motores del desarrollo histórico. Pero quienes absolutizan este enfoque se equivocan por dos razones, bastante simples por cierto. La primera es que olvidan el carácter cíclico de dicho desarrollo y, por tanto, que es precisamente su carácter cíclico el que hace que un mismo fenómeno aparezca bajo un cierto aspecto en un momento y en un lugar dados, y otro radicalmente distinto, pero igualmente cierto, al cambiar el punto y el momento de la observación. La segunda razón es que, quienes atribuyen todo el mérito al hombre y a las ideas “geniales”, no se interrogan nunca sobre el origen mismo de ese hombre y de sus grandes ideas. Si lo hicieran, verían inmediatamente que ambos brotan del “hecho material” de que la propia evolución social ha generado nuevos y acuciantes problemas que reclaman una solución, y que es a estos problemas y a esta demanda a los que responde el nuevo ideólogo y la nueva doctrina. Ambos son, pues, hijos de las circunstancias, del desarrollo histórico de la sociedad. Sintetizando: no es la política la que revoluciona al edificio social; es éste, a través de los cambios y problemas que surgen en la estructura, el que revoluciona las ideas políticas y, de rechazo, revoluciona su propia configuración. Más aún. Cuando no se trata de una verdadera revolución política sino de simples “reformas”, de simples “modernizaciones” o “actualizaciones” a la constitución del Estado, estamos, casi siempre, ante un reacomodo de los grupos de poder, de un “mejor” reparto de éste para hacer que el conjunto funcione con el mínimo de fricciones. La “trascendencia” de tales reformas, pues, sólo la ve y la siente la clase gobernante; y es por eso que el pueblo, con su infalible instinto, suele contemplar estas “trascendentales batallas” con una indiferencia olímpica.

Vivimos tiempos muy difíciles. La pobreza, que ya era grande antes de la crisis, se ha hecho inmensa como consecuencia de la misma. La durísima situación de los pobres pide con urgencia medidas de dos tipos: las de largo plazo, que ataquen las causas estructurales del problema, y las de carácter inmediato para paliar los efectos más crudos con vistas a evitar tensiones y a ganar estabilidad social con una prueba clara de voluntad de justicia para los castigados de siempre. Pero lo que se ve es otra cosa: endurecimiento del trato hacia los pobres; oídos sordos a sus manifestaciones de inconformidad; amenazas, soberbia y prepotencia de los funcionarios ante sus peticiones, cárcel a sus dirigentes. Doy tres ejemplos:

1. Los antorchistas poblanos cumplen ya siete meses de un plantón frente a las oficinas del gobernador Mario Marín Torres, con demandas cuya legitimidad no es necesario repetir ni volver a demostrar. Y la soberbia y prepotencia con que se les trata, se les calumnia y amenaza, dejarían boquiabiertos a los representantes del peor absolutismo de otras épocas.

2. Tres meses de plantón cumplen ya, también ante las oficinas del gobernador Zeferino Torreblanca, 70 familias indígenas de Guerrero que migran cada año a los campos agrícolas del norte del país para ganarse la vida, y que fueron desalojados, con lujo de violencia, de un predio que ocupaban, por un señor de horca y cuchillo que no acredita ningún derecho legal sobre el terreno, pero sí una considerable fortuna y buenos amigos en la política. Y allí están, sin techo, sin pan, sin justicia, esos humildes mexicanos atropellados, sin que nadie se ocupe de su situación y menos de hacerles justicia.

3. Ya va para un mes el plantón de campesinos de varios municipios de Quintana Roo que perdieron sus cosechas y que sólo piden que se les pague el seguro que, a decir del gobierno, se pactó en 900 pesos por hectárea con una empresa aseguradora conocida como Proagro. El hambre de esta gente y su derecho a exigir que se les pague el seguro tampoco están a discusión; pero lo único que han conseguido es que un “compasivo” diputado priísta les ofrezca 50 toneladas de maíz, lo que significa 10 kg por familia sobre la base de que son 5 mil damnificados los que protestan. Ésa es la justicia social en Quintana Roo.

A la vista de todo esto, que más parece un cuento de horror que la realidad social en un país llamado México, ¿qué puede importarle a esta gente, al pueblo pobre en general, la tan llevada y traída reforma política?

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