Por Aquiles Córdova Morán
PUEBLA PUE.-El fenómeno no puede calificarse de antiguo ni de nuevo porque es recurrente, es decir, que tan pronto languidece y se apaga dando la falsa impresión de su extinción total, como resurge de pronto con inusitado vigor, sin que las causas de tal resurrección estén a la vista de cualquiera. Me refiero al irracionalismo, es decir, al súbito y arrollador auge de las visiones y versiones arbitrarias, ilógicas, absurdas sobre todo lo que nos rodea en el universo y en la sociedad, que estamos padeciendo en estos días aunque muchos no lo noten. Motivado por la espantosa matanza en la Segunda Guerra Mundial, el destacado filósofo húngaro Georg Lukacs escribió un libro crucial en esta materia. La obra, comenzada durante el conflicto y terminada unos siete años después de su terminación (en 1952), fue pública por primera vez en español en 1959 por el Fondo de Cultura Económica bajo el sugestivo título de El asalto a la razón. Aunque Lukacs se ciñe, casi exclusivamente, al terreno de la filosofía, sus conclusiones, me parece a mí, pueden ser aplicadas, sin perjuicio del autor, al problema planteado en su forma más general: ¿por qué, de tiempo en tiempo, resurge con inusitado vigor el irracionalismo? ¿Por qué triunfa y se impone la desconfianza del hombre en su propia capacidad intelectual, en los instrumentos que él mismo ha elaborado para conocer, entender y transformar el mundo, y vuelven al primer plano lo “sobrenatural”, lo “milagroso”, lo arbitrario, es decir, lo no sujeto a causa ni ley, en perjuicio de su propia esencia humana?
Basado en un estudio concienzudo de autores como Schopenhauer, Nietzsche e incluso Rosenberg, filósofo de cabecera de Hittler, Lukacs demuestra que el refinado y sutil ataque de los dos primeros, y la burda y corriente jerigonza reaccionaria del último, tienen el mismo fin: allanar el terreno, preparar las almas y las mentes de los alemanes y del mundo entero, para aceptar la barbarie nazi, es decir, la descarnada y brutal dictadura de la burguesía alemana que aspiraba a adueñarse del mundo entero, como el verdadero y supremo fin de la civilización humana. En la naturaleza pura y simple, decía Nietzsche, no existe “razón” ni “finalidad racional” alguna; en ella (en el mundo animal, por ejemplo) no rige la “moral” ni la “compasión por el débil” sino la fuerza. Los conceptos aludidos son creaciones artificiales de los débiles para hacerse un lugar junto a los sabios y poderosos; con la prédica de la “moral” y el “humanismo” se intenta atar las manos a los fuertes para que no usen de sus fueros contra los contrahechos física e intelectualmente. Lukacs demuestra, también, que los mismos objetivos persiguen filósofos de mayor talla intelectual que un Rosenberg; por ejemplo, Spengler, Heidegger o Wilhelm Dilthey; y va más allá: analiza el desarrollo filosófico que, partiendo de Schelling llega hasta Sören Kierkegaard para probar que, incluso los llamados filósofos cristianos (es el caso de Kierkegaard) asumen el irracionalismo fascista como la mejor arma de “conocimiento” de Dios y de lo suprasensible, y comparten, por tanto, la tesis de la impotencia humana para cambiar la naturaleza en su provecho. Es decir, pues, que el irracionalismo no es más que un arma ideológica de los poderosos para imponer sus puntos de vista a las masas explotadas; y su resurrección se explica, o bien porque se intenta un giro radical del statu quo (caso de la Alemania de Hittler), o bien porque dicho statu quo se halle en dificultades y la correcta educación de las masas resulte, entonces, más peligrosa que en tiempos normales.
En el mundo de hoy nos hallamos en este último caso: las crisis recurrentes y el acaparamiento desmedido de la riqueza mundial ha hecho crecer a niveles de tragedia la pobreza de las grandes masas, poniendo en riesgo la estabilidad social. De ahí la ola de irracionalismo que nos ahoga: las librerías están abarrotadas de “novedades” sobre temas “ocultistas” y “esotéricos”, o sobre los milagros que pueden operar “viejas doctrinas”, religiosas o no, provenientes del fondo de los tiempos. Pero donde más se nota y casi se palpa este “retorno de los brujos”, es en el cine. Échele un ojo a la cartelera, amigo lector, y se convencerá de ello: puras películas de fantasmas, aparecidos, monstruos increíbles de la más variada invención, fenómenos “paranormales”, seres extraterrestres, apocalipsis por descontrol de la ciencia, y así al infinito. Lo humano expulsado de las pantallas y lo irracional, lo “supranormal”, lo “inexplicable”, lo carente de causa y de ley, dueño absoluto del terreno. ¡Claro! Hay que hacer que el ciudadano dude de su propia razón, se olvide de sus problemas reales y, muerto de miedo, se refugie en su hogar y en sí mismo preparándose para “lo que viene”.
Y entre nosotros, que en eso de copiar a los gringos nadie nos gana, los “milagros”, lo “paranormal”, el “contacto con los espíritus” ya saltó abiertamente (porque “en privado” hace rato que viene ocurriendo entre la clase gobernante) a la política. Resulta que el señor Rafael Acosta, “Juanito”, flamante Jefe delegacional de Iztapalapa, apareció en la televisión, en vivo y a todo color, haciéndose una “limpia” para conjurar los peligros que le amenazan en su lucha por el poder. Y las televisoras, que para otros asuntos de mayor importancia regatean cada segundo, le dieron todo el tiempo del mundo. Realmente, a mí el lío político que se trae este señor no me da ni frío ni calor, puesto que no veo gran diferencia entre él y su contrincante femenina; pero sí me siento ofendido e insultado en mi inteligencia elemental, cuando él y sus padrinos, a través de los medios, me obligan a ser testigo de sus patochadas, que hablan mejor que mil discursos del bajo nivel al que ha descendido nuestra clase política. El “Juanito” ése y sus padrinos pueden hacerse las limpias que quieran, pero ¡por favor!, que lo hagan en su casa, es decir, en privado, como deben hacerse estas cosas por respeto al público y a los televidentes. No cabe duda: estamos, como dijera Lukacs, ante un nuevo ASALTO A LA RAZÓN que, a la vista de lo que ocurrió con Hittler, es seguro que no nos augura nada bueno.
!que razon tiene!, la personalidad que escribio esto...pues como se difunde en la tv lo amarillista , el chisme de las "estrellas de tvnovelas" y no los problemas y posibles soluciones reales que nos aquejan como sociedad
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