¿Quo Vadis México?Jaime Martínez Veloz - TIJUANA NOTICIAS

sábado, 30 de junio de 2012

¿Quo Vadis México?Jaime Martínez Veloz




Por Jaime Martínez Veloz

Ha llegado, por fin, el término de la campaña electoral. A los análisis ya publicados
deseo agregar algunas líneas que, ojalá, puedan contribuir a la reflexión colectiva.

Tal vez, hasta hoy, el mayor logro de esta campaña sea la derrota de la
violencia política propuesta por el radicalismo. Los profetas de la intolerancia
reivindicativa, sinceros o turbios, fueron excluidos del protagonismo que siempre
han demandado, porque las grandes mayorías les negaron, otra vez, eco a sus
llamados.

Con su ecuanimidad ante los episodios más lamentables de candidatos y partidos,
la ciudadanía demostró que reconoce a la ley como el camino para decidir quién
la gobierna y mejorar el funcionamiento institucional. Es una tarea de todos
responsabilizarse de que esta convicción permanezca, se profundice y extienda en
el ánimo de toda la sociedad.

No hay posibilidad de hacer una reflexión de la contienda electoral, sin destacar
la lealtad jurídica y el compromiso democrático demostrado por el EZLN desde la
creación de la Ley para el Dialogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas y
durante la campaña electoral. Correspondería a los gobiernos de relevo -federal y
estatal- un gesto estimulante rumbo a la reconciliación entre todos los mexicanos;
una iniciativa, de altura estadista que demuestre que ya está cancelada la
pasividad omisa de quienes apostaron al desgaste y extinción de la rebelión y no
a la solución de las causas que la originaron. El cumplimiento de Acuerdos de San
Andrés es uno de los grandes pendientes nacionales en la construcción de un
México, mas justo y democrático.

En esa misma línea, habría que ganar el convencimiento de la sociedad en que
la ley no sólo es compatible con la democracia sino que ésta es más funcional
y permanente cuando ambas se ensamblan, cuando, en fin, la democracia se
formaliza y ejerce institucionalmente. Las instituciones responsables de nuestro
proceso electoral han ganado un amplio terreno aún antes de que se abran las
casillas. Conviene recordar que dichos órganos no son parte del Gobierno.

Al momento, los cuatro candidatos suscriben unánimemente lo siguiente: Ninguno
ha amenazado con retirarse de la contienda denunciando parcialidad de las reglas
procesales electorales. Ninguno ha impugnado las conclusiones de los análisis
confiados a la UNAM –ese comprobado filón de demócratas combativos- en
materia de los tiempos concedidos a los contrincantes en radio y televisión; la
equidad palmaria es tan irrefutable que todos ellos la reconocen.

Sin excepción, todos los candidatos se han comprometido, hoy lo harán por
escrito, a asumir el veredicto que los órganos electorales dicten sobre quién
ocupará el Poder Ejecutivo Federal el próximo periodo presidencial. Nunca antes
en la historia del México moderno sucedió semejante concurrencia, lo que le da a

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las disposiciones jurídicas y órganos electorales una autoridad política y ejecutiva
moderna y confiable. Y aun así, el entusiasmo crítico insiste tercamente: México
tiene una asignatura pendiente sin cuya resolución su futuro es incierto: ¿Adónde
vamos, a dónde va México?

El PRI ganó durante muchos, largos decenios, hasta que otros muchos, los
suficientes, se hartaron de las ilegítimas reglas de juego, esas que le dieron
sobrado poder y beneficios a sus insolentes cúpulas y aliados, en detrimento de
la legalidad y los intereses nacionales. Con la derrota priísta en el año 2000, junto
al agua sucia de la bañera, tirada al caño, también se fueron porciones valiosas
de un fruto empeñosamente gestado y creado por millones de mexicanos. Desde
sus orígenes, el PRI ha incurrido reiteradamente en distorsiones y excesos en su
relación con el poder, lamentable paradoja que recae en quien concilió una parte
muy importante de la construcción jurídico-institucional que hoy da consistencia
estructural a las relaciones sociedad-gobierno. El PAN no supo aprovechar el
momento histórico de la alternancia y dilapidó el capital político acumulado hasta
el cambió del que fue beneficiario.

Lo inquietante es que en esta contienda todos los candidatos han presentado
a la sociedad listas, más cortas o mas largas, de intenciones o promesas
irreprochables si se analizan aisladamente, una por una, ya sea como políticas
públicas o lineamientos estratégicos gubernamentales. Pero ningún candidato fue
capaz de demostrar que es portador y oferente de un nuevo proyecto nacional,
y que eso no se construye mediante la suma aritmética de compromisos, sino
mediante una visión-propuesta de largo plazo.

Al margen de quien gane la Presidencia de la República, México requiere de
una nueva partitura nacional consensuada. Es urgente una acción integral, que
genere directrices sectoriales concurrentes que permitan construir una nueva
relación Estado-Sociedad, alejada de la improvisación y la espontaneidad. Insistir
en ofrecer soluciones inconexas a los retos nacionales sin referente globalizador,
sin modelo nacional ni proyecto político, propiciará mayor dispendio de recursos
cada vez mas insuficientes. No puede haber un nuevo modelo de Nación, sin
un paradigma nacional, suscrito por un pacto político de la misma dimensión
histórica de la Independencia, la Reforma o la propia Revolución. La orientación,
la profundidad y extensión de los cambios, que habrán de impulsarse, son el punto
de inicio de coincidencias y controversias de todas las fuerzas políticas, sociales y
económicas del país. Este es el verdadero reto de quien gane la presidencia de la
República.

La pura denuncia puede minar el soporte del adversario político, pero no resuelve
la carencia de rumbo nacional. Es preocupante que una clase política baldada por
el cortoplacismo e impericia, junto a un Estado sin rumbo, continúen enfrascados
en disputas cuasi conyugales, sin resolver la Gran Interrogante que permea en la
mente y las conciencias de millones de mexicanos ¿Quo Vadis México?

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